/.../Dijo la maestra Hora.- Te voy a confiar un secreto: de aquí, de la casa de Ninguna Parte, en la calle Jamás, viene el tiempo de todos los hombres y mujeres.
Momo le miró, admirada. - ¡Oh! – dijo en voz baja- ¿Lo haces tú misma?
La maestra Hora volvió a sonreír. - No, querida niña. Yo sólo soy la administradora. Mi obligación es dar a cada persona el tiempo que le está destinado.
- ¿No podrías organizarlo de tal manera - preguntó Momo – que los ladrones de tiempo no pudieran robar más a las personas?
- No, eso no puedo hacerlo –contestó la maestra Hora-, porque cada mujer y hombre nace con su tiempo, tienen que decidirlo ellos mismos. También son ellos los que han de defenderlo. Yo sólo puedo adjudicárselo.
Momo recorrió con la mirada la sala y preguntó: - Para eso tienes tantos relojes ¿no? ¿uno para cada persona?
- No, Momo- contestó la maestra Hora- Esos relojes no son más que una afición mía. Sólo son reproducciones muy imperfectas de algo que todo hombre y toda mujer lleva en su pecho. Porque al igual que tenéis ojos para ver la luz, oídos para oír sonidos, tenéis un corazón para percibir, con él, el tiempo. Y todo el tiempo que no se percibe con el corazón está tan perdido como los colores del arco iris para una ciega o el canto de un pájaro para un sordo. Pero, por desgracia, hay corazones ciegos y sordos que no perciben nada, a pesar de latir.
- ¿Y si un día mi corazón deja de latir? – preguntó Momo.
- Entonces- replicó la maestra Hora- el tiempo se habrá acabado para ti mi niña. También se podría decir que eres tú la que vuelve a través del tiempo, a través de todos tus días y noches, tus meses y años. Regresarás a través de tu vida hasta llegar al gran portal de plata por el que una vez entraste. Por allí vuelves a salir.
- Y, ¿qué hay del otro lado? - Entonces has llegado al lugar de donde procede la música que, muy bajito, ya has oído alguna vez. Pero entonces tú formas parte de ella.
Miró, inquisitiva, a Momo.
-Pero eso no podrás entenderlo todavía, ¿verdad?
- Sí- contestó Momo- creo que sí.
Recordó su camino a través de la calle de Jamás, en la que había vivido todo al revés, y preguntó:
- ¿Eres tú la muerte?
La maestra Hora sonrió y calló un rato antes de contestar:
- Si mujeres y hombres supiesen lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida.
- No hace falta más que decírselo- propuso Momo.
- ¿Tú crees? –preguntó la maestra Hora- Yo se lo digo con cada hora que les adjudico. Pero creo que no quieren escucharlo. Prefieren creer a aquellos que les dan miedo. Eso también es un enigma.
Silvia Molina Castaño
Momo le miró, admirada. - ¡Oh! – dijo en voz baja- ¿Lo haces tú misma?
La maestra Hora volvió a sonreír. - No, querida niña. Yo sólo soy la administradora. Mi obligación es dar a cada persona el tiempo que le está destinado.
- ¿No podrías organizarlo de tal manera - preguntó Momo – que los ladrones de tiempo no pudieran robar más a las personas?
- No, eso no puedo hacerlo –contestó la maestra Hora-, porque cada mujer y hombre nace con su tiempo, tienen que decidirlo ellos mismos. También son ellos los que han de defenderlo. Yo sólo puedo adjudicárselo.
Momo recorrió con la mirada la sala y preguntó: - Para eso tienes tantos relojes ¿no? ¿uno para cada persona?
- No, Momo- contestó la maestra Hora- Esos relojes no son más que una afición mía. Sólo son reproducciones muy imperfectas de algo que todo hombre y toda mujer lleva en su pecho. Porque al igual que tenéis ojos para ver la luz, oídos para oír sonidos, tenéis un corazón para percibir, con él, el tiempo. Y todo el tiempo que no se percibe con el corazón está tan perdido como los colores del arco iris para una ciega o el canto de un pájaro para un sordo. Pero, por desgracia, hay corazones ciegos y sordos que no perciben nada, a pesar de latir.
- ¿Y si un día mi corazón deja de latir? – preguntó Momo.
- Entonces- replicó la maestra Hora- el tiempo se habrá acabado para ti mi niña. También se podría decir que eres tú la que vuelve a través del tiempo, a través de todos tus días y noches, tus meses y años. Regresarás a través de tu vida hasta llegar al gran portal de plata por el que una vez entraste. Por allí vuelves a salir.
- Y, ¿qué hay del otro lado? - Entonces has llegado al lugar de donde procede la música que, muy bajito, ya has oído alguna vez. Pero entonces tú formas parte de ella.
Miró, inquisitiva, a Momo.
-Pero eso no podrás entenderlo todavía, ¿verdad?
- Sí- contestó Momo- creo que sí.
Recordó su camino a través de la calle de Jamás, en la que había vivido todo al revés, y preguntó:
- ¿Eres tú la muerte?
La maestra Hora sonrió y calló un rato antes de contestar:
- Si mujeres y hombres supiesen lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida.
- No hace falta más que decírselo- propuso Momo.
- ¿Tú crees? –preguntó la maestra Hora- Yo se lo digo con cada hora que les adjudico. Pero creo que no quieren escucharlo. Prefieren creer a aquellos que les dan miedo. Eso también es un enigma.
Silvia Molina Castaño
2 comentarios:
¡Lavincompae!
Me ha dicho Cassiopea que había una mushasha que había escrito un blok ¡y no sabía que eras tú!
Un besazo. Te voy a regalar millones de visitas a partir de ahora, ¡zimpática!
gracias...gracias por recordarme que merece la pena sentir y vivir cada latido.
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